Superman y el vacío del mito moderno
El intento de James Gunn por renovar al Hombre de Acero revela algo más profundo: la crisis del héroe en la era del espectáculo vacío.
💥 Superman ha vuelto...
O al menos eso pretende la nueva entrega dirigida por James Gunn. El cineasta, famoso por su humor irreverente y sus héroes poco convencionales en Guardianes de la Galaxia y Escuadrón Suicida, intenta darle un giro fresco al personaje más icónico de DC, pero acaba cayendo en las mismas contradicciones que busca parodiar.
Para mí, Superman siempre ha sido especial. El primer cómic que me voló la cabeza fue La Muerte de Superman, y desde entonces, me atrapó el mito del Hombre de Acero. Aunque hoy muchos lo vean como un superhéroe algo aburrido, para mí sigue siendo un símbolo cargado de significados culturales y políticos, capaz de inspirar y cuestionar al mismo tiempo. Es una figura que despierta afectos, que empuja preguntas sobre el bien, el poder y la moral. Una especie de espejo de lo que somos... o lo que queremos ser.
Cuando hablamos de superhéroes, hablamos de fantasías colectivas. Son figuras donde metemos todo lo que deseamos y también lo que nos da miedo. En ese sentido, Superman funciona como una especie de reflejo de lo que quisiéramos ser: justo, fuerte, confiable. Es como una versión ideal de nosotros mismos. Y claro, también "quiere" cosas: justicia, orden, estabilidad... algo complicado de conseguir en un mundo donde las redes sociales manejan la verdad como si fuera plastilina. Gunn parece saber esto, pero en lugar de meterse de lleno en esa complejidad, decide irse por lo fácil. En vez de ofrecer una visión nueva y profunda, se queda en lo superficial y en los chistes sin mucho fondo.
Y aquí surge un problema más profundo: ya no creemos en la imagen del héroe. No porque haya dejado de importar, sino porque ha sido repetida hasta el agotamiento simbólico. Desde los estudios visuales, lo que vemos no es un ícono cargado de sentido, sino una figura despojada de su peso mítico, reciclada por algoritmos que programan emociones sin comprenderlas. Superman, en este caso, no nos mira de vuelta —como diría W.J.T. Mitchell—: solo desfila. Su presencia ya no interpela, solo ocupa espacio en pantalla.
Este Superman (menos "Hombre de Acero" y más "Ted Lasso") no es solo el típico héroe moral, sino también un inmigrante acusado injustamente de manipular a la humanidad. Lex Luthor (un interesante Nicholas Hoult) plantea algo inquietante: todo héroe, por muy bueno que sea, despierta sospechas porque resulta demasiado perfecto para ser creíble. Al final, representa nuestro miedo a lo diferente o desconocido.
Y sí, hay cosas que funcionan. Para ser justos, la decisión de no repetir otra vez el origen del personaje es un alivio. Gunn arranca con un Superman que ya es conocido por todos, que ha intervenido en conflictos internacionales y ha recibido su buena dosis de golpes. Eso refresca un poco la fórmula, y permite que la historia avance sin necesidad de contarnos por enésima vez que cayó del cielo en una nave, aunque la historia se siga sintiendo forzada por explicaciones que llegan en pantalla como subtítulos de videojuego. Kypto, el perro que acompaña a Superman en esta travesía, se roba el corazón de los espectadores. Pero, a pesar de eso, la película se queda corta. Gunn se enreda entre tramas paralelas como la del kaiju bebé y conflictos internacionales con sabor a alegoría política mal cocida. Todo suena grande, pero casi nada logra sentirse importante. Es como si la película corriera sin saber hacia dónde va, tratando de decir muchas cosas sin desarrollar ninguna.
Y mientras tanto, la imagen de Superman se ve vaciada. Como señalan los estudios visuales contemporáneos, la saturación de íconos en la cultura digital ha convertido al superhéroe en un simulacro: más espectacular, más intenso, pero profundamente vacío. Gunn quiere hacernos sentir algo, pero su cine confunde intensidad con significado, velocidad con urgencia.
Superman, desde un punto de vista más sencillo, siempre ha sido un símbolo de ley y orden. Gunn entiende esto, pero su versión no ejerce autoridad ni tampoco la desafía realmente; solo reacciona de forma inocente ante conflictos políticos metidos a la fuerza. Gunn intenta mostrar al hombre detrás del héroe, pero se queda en la superficie, una imagen bonita pero sin profundidad emocional.
Lo mejor de la película es Lois Lane (una confortativa y desaprovechada Rachel Brosnahan). Ella protagoniza el único conflicto interesante, dudando sobre el rol del héroe en un mundo complicado. Superman, interpretado con carisma pero sin profundidad por Corenswet, ofrece respuestas simples y predecibles a la entrevista que se torna en la mejor escena del filme, porque por un instante se insinúa la posibilidad de un debate moral real. Y ese es el problema: la película no resuelve su verdadero conflicto interno, atrapándose en una trama confusa que nunca termina de definirse y que fácilmente quiere resolverlo con la tierna conversación de Superman con Jonathan Kent, su papá de la tierra.
Visualmente, la película mezcla estilos clásicos y modernos sin lograr que convivan naturalmente. Gunn quiere tocar temas actuales como inmigración, poder y manipulación mediática, pero termina repitiendo clichés que supuestamente quería criticar.
El uso excesivo de CGI y la destrucción de ciudades dejan de ser impactantes porque se han convertido en rutina visual, en lo que Paul Virilio llamaría una “estetización del desastre”. Ya no hay asombro, solo ruido. Ya no hay mito, solo espectáculo.
En resumen, el Superman de Gunn acaba siendo como un error involuntario: la intención original de renovar queda perdida en un montón de ideas superficiales. Más que una película, parece un síntoma del cine contemporáneo, que prefiere lo espectacular a lo profundo, y lo programable a lo verdaderamente simbólico.
Al final, Superman quiere abarcarlo todo, pero no llega a ser nada concreto. Esa contradicción es su mayor fracaso: representar un cine que ya no cree en su propio héroe, una industria que explota la imagen del salvador… pero ya no sabe qué salvar.
Y aún así, no se trata de odiar. Porque Superman merece otra oportunidad. Pero no una oportunidad más en manos del algoritmo, sino en manos de una narrativa que vuelva a creer en la imagen como algo capaz de conmover, desafiar y resistir.
Nos vemos hasta el lunes, el fin de semana se descansa y se escribe más…
✍️ Si te gustó esta lectura...
Puedes suscribirte para recibir más análisis sobre cine, fotografía, arte y cultura visual, todo atravesado por una mirada crítica y reflexiva.
Esto apenas empieza.
¡Una crítica muy acertada! ¿Recomendarías alguna película reciente donde la imagen del héroe sea explorada en su complejidad y contradicciones?